HASTA AQUÍ LLEGÓ ESPAÑA PARA DEJAR DE SERLO. Rafael Dávila Álvarez.

Este sepulcro alberga, en la fértil Gea,
el cadáver de Esquilo,
hijo de Euforión, ateniense.
De su eximio valor hablar podrían
-pues lo saben bien-
el campo sagrado de Maratón,
y los medos de largos cabellos.
(Epitafio atribuido a Esquilo)
Dice el Credo de la Legión: «El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde».
No seremos unos cobardes. Alzaremos la voz ante la traición y el olvido.
Los muertos, héroes al olvido, renacen entre sus amargas cenizas ya frías por tantas lágrimas derramadas. Se remueven cuando se ensalza a sus asesinos. Ellos, asesinados, olvido y ofensa.
Emociona el latir que palpita en las historias de los héroes a la vez que el olvido hace mella entre los más. Los menos, solos, pasean su dolor sin que nadie mire por un momento a los que ya no existen. Ellos que han consagrado esta tierra entera llamada España.
Puesto en duda el valor moral de las virtudes que te llevan a morir por querer a España, o simplemente las de la inocencia, hoy no queda más que el nombre arrebatado por quienes llevan condecoraciones de asesinos, las que ahora brillan con el beneplácito institucional.
Los asesinados deben callar y esconderse porque pronto pasarán a ser culpables. Los que les arrebataron vida y honor, elevan su apuesta. El gobierno del odio se apodera de los sentimientos y los héroes pasan a ser villanos.
Nunca la nación estuvo tan lejos de serlo y sus gobernantes tan enlodados por el polvo de los caminos del infierno por donde se les ve acompañados de los lazarillos de siempre, esos que emergen para recibir suculenta limosna ensangrentada.
Vivir en ciertos lugares de España es como vivir fuera de España: ya ni su nombre se pronuncia. Es el camino que nos lleva a una peor lucha. No es rechazo: es odio.
Hasta aquí llegó España rasgada de dolor, entre todos silenciada, traicionada y olvidada: lo peor. De ella por mucho que gritéis ¡no queda nada!, sino la traición.
Morían a diario por el tiro en la nuca o envueltos en el chivatazo traidor. De España nada queda ¿Quién de ellos se acuerda? Podríamos hacer una bandera ensangrentada con tanta lágrima vertida, e izarla con voz rendida, ahogada en el asfalto en esas tierras calcinadas de donde huyen almas aterradas.
¡Qué dolor habéis dejado!, ¡canallas!… ¡y los que con su apoyo institucional los alzan, los cobijan y los usan!: ¡qué canallas!
No venceréis, os derrotaremos, volveréis al lugar del que nunca deberíais haber salido.
Recordad: aún queda la esperanza
porque en cada sepulcro está sembrado,
en la seca pero fértil España,
el frío cadáver de un inocente
del que brotará un nuevo hijo de España.
De su eximio valor hablar podrían
-pues lo saben bien-
los sagrados campos de nuestra Patria,
dónde hoy, los muy canallas, ya se agitan;
porque hasta aquí llegó, ¡se acabó!
la paciencia, de tanta cobardía.
¡Hasta aquí llegó España!
-pues lo saben bien-
que volverá de nuevo a ser la Patria,
y entre todos volveremos a izar
la bandera de rojo ensangrentada.
Recordad: aún queda la esperanza.
Hablar podríamos -pues lo saben bien- del dolor que han dejado como herencia los que aún tienen el descaro de hacer política desde el terror que sembraron… junto a los que los apoyan y cuidan como hombres de paz. Así les llaman.
¡Canallas!
Todos hemos llorado como convenía a nuestros parientes, hijos y deudos, pero aún no podemos volver en paz a nuestras casas.